Mañana
volverá a desordenarse la vida
pero eso ya lo sé.
A.M.R.
No es corriente ser policía y poeta. Marisol Sánchez Gómez lo dice en el prólogo de Las cosas que conoces (Huerga&Fierro, 2015). El héroe y en antihéroe, como dos caras de la misma moneda. Más de una vez he oído: Todos los que escribís sois profesores. Cuánto tiempo libre tenéis... Pues bien: un tipo que patea las calles también escribe poesía. ¿Sorpresa?
Eso lo supe después, porque además -lo siento, señores- leo los prólogos al final. E incluso días después hablé con Ángel para darle las gracias y felicitarlo, y llegué a preguntarle que a qué se dedicaba, por mera curiosidad. Quizá no me había sorprendido tanto ese dato biográfico, porque a fin de cuentas: una cosa es a lo que uno se dedica y otra lo que es.
Ángel Muñoz Rodríguez me pareció un poeta, no un policía (y aquí la imagen de policía que cada uno tenga en su cabeza), o al menos no lo leí imaginándolo uniformado, con porra (déjense las sordideces...) y deteniendo ladrones con pasamontañas y rescatando gatos de los árboles (aunque creo que esto es más de bomberos).
Un poeta que escribe en primera persona, un poeta insatisfecho, un poeta que lucha contra lo cotidiano. Un poeta urbano, que vive ahora, alejado de la nostalgia, inconformista, a veces fuera de sitio. Que duda, que sufre, que teme. Que vive y ama. Alguien que a veces no se siente a gusto consigo mismo, que se esfuerza en sonreír, que naufraga cada día.
Son pocas las ocasiones
en las que me detengo
a contemplar mi reflejo
en un escaparate.
Resulta desgarrador
ver esos ojos
suplicando un tiro de gracia.
No nos encontramos con un poeta que describe sino que juzga en pocas palabras el mundo. Que va más allá del flash, que lee detrás de todo lo que vive. No se conforma con poco. Y cómo me hicieron disfrutar sus versos aquellos días de Junio, entre exámenes y evaluaciones, entre sudor y tintos de verano. Aquellas tardes emocionadas junto al agua, bajo el sol, con esas cosas que conozco.
La vida parece que espera más de mí
y nadie me enseño
a incluir la palabra miedo
en el vocabulario habitual
de mi regreso
en solitario
a casa.
Y no me malinterpreten: no se trata de un poeta cascarrabias, triste o desolado. Es, a veces, la ironía. Otras, la crudeza. Y otras, la dulzura. En él cabe todo. Como en un buen poeta, supongo, debería ser, porque seguramente en todos nosotros exista eso. Quizá todos seamos poetas policías. Héroes y antihéroes al mismo tiempo.
Y quien no, que levante la mano.
Gracias, Ángel.