Lolita,
luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta
de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en
el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.
Para los que no podéis estar en La Montaña Mágica de Cartagena hoy, un poco de lo que leeré de "Verbos por dentelladas" (Ravenswood Books, 2016).
Día de sentimientos encontrados, pero ¡vamos! ESTADO DE GRACIA
Las mentiras más crueles son dichas en silencio.
Stevenson
Te sientas y abres una botella. Hoy prefieres un tinto, negro como la sangre de Héctor. Te empapa mientras oyes algo de música. La ventana está abierta. Es suficiente –piensas. Alzas la copa y brindas por un verso, uno que no recuerdas, pero ese que te hizo sentir que algo queda, que algo merece aún la pena. Notas esa embriaguez bajar hasta tu vientre, muy cerca del pubis. Todo está bien. Te miras dichoso –por un instante– al espejo, en paz, en comunión contigo mismo, con la certeza de que te reconciliarás con el mundo muy pronto.
O tal vez no.
DESCONCIERTO
Hombre astuto
que erró mucho tiempo…
Homero
Reconozco a veces mi vida en algunos sitios. El café, un cigarro, una terraza agradable. Las Mezquitas me tuvieron dentro, me perdí en las calles del Bazar. En Nueva York tengo ropa en la tintorería, veo caras conocidas en el barrio de Termini, tratos familiares en Alexander Platz. A veces, perfecta realidad. Otras, abismo. Otras veces, sólo soy real en Cartagena.
Es curioso cómo la música nos
transporta al pasado. No sólo cómo nos recuerda a esta o aquella persona, sino cómo
realmente nos lleva meses, años atrás con sólo dos acordes.
Esto lo he pensado (claro, como
todos) mil veces, pero ha sido hoy cuando de repente he empezado a hacer un
elenco rápido en la cabeza de esas canciones que actúan como máquinas del
tiempo. No son canciones especialmente importantes para uno, ojo: no es la
SIRENA VARADA o SPACE ODDITY. No son ni siquiera tus cantantes favoritos, ni siquiera
el estilo que prefieres.
Andaba yo haciendo faena por
casa, lidiando con mis perrillos, al son de un viejo aparato de JB (que uso
sobre todo porque me recuerda a él; ya ven: soy una romántica) y ha sonado ESA
canción. Una canción que sé que a PC, cuando la oye, la lleva al mismo sitio:
al año 95, quizá, o como mucho inicios del 96. La canción es Ironic, de Alanis Morissette, y
estábamos sentadas las dos en las escaleras del centro juvenil; comenzó a sonar
como un eco lejano, ¡pero bien la distinguimos! Corrimos al encuentro de la
música; todavía nos recuerdo emocionadas porque sonaba aquellos y nos llamaba con urgencia. Era una época feliz, de adolescentes
locos que fumaban a escondidas Fortuna y jugaban a quitarse novios (o a
compartirlos, ¿no, PC?). Es esa canción y no otra la que me lleva a esos meses
de encuentros con los amigos, a cervezas que me repugnaban, a notitas de amor, a jugar a ser
mayores quedando aún mucho.
Agila. Verano del 96. Pensaba que había descubierto la pólvora.
Ella llevaba unas botas verdes muy modernas, era delgada, pero tenía una boca
asombrosa. Era un poco punk, pero sólo tengo recuerdos difusos. Esa tarde no:
esa tarde, ese momento, lo tengo nítido. Me puso aquello en su casa, vestida de
vaqueros viejos y una chaqueta de una talla bastante más grande: Buscando una luna. Y vuelvo cada vez que
la oigo a aquella tarde, a esa muchacha que nos parecía tan moderna con sus
botas verdes y sus brazos escondidos tras la tela. ¿Qué habrá sido de ella?
O Zombi, que me trae a Burbuja increíblemente pequeña, con apenas
tres años, cantando como una loca la canción sin entender ni una palabra. Tenía
siempre la cara manchada y solía salir con el culo al aire a la calle, pero esa
tarde estaba sentada frente a mí, y cantaba con los 40 Principales aquel tema de
Dolores. O cuando en 2008 sonaba a todas horas El secreto de las tortugas, y a mí no me decía nada aquella
canción, pero íbamos Cactus y yo locas hacia la playa a cenar en la puesta de
sol. Llevábamos ensalada y algo de fruta, y el sol era rojo como los atardeceres
de verano en el Mar Menor, y éramos libres, y ella llevaba una camiseta azul.
Justo ese momento viene a mí como el más reciente de todos cuando oigo esa
canción.
Dicen que la música amansa a las
fieras, pero -como los olores- es capaz de llevarnos a esos lugares y tiempos
que creíamos haber olvidado. No son canciones que te hacen vibrar, que pondrías
en bucle una y otra y otra vez en tu viejo Córdoba cuando sales del trabajo, ni
la incluyes en una recopilación para viajar por Turquía. Pero sí: tienen esa curiosa
capacidad del retrospected que a
veces nos sorprende y nos recuerda que somos lo que somos también por lo que
hemos oído.
Sigamos siempre creando recuerdos a través de la música.*