sábado, 9 de enero de 2016

De LA ESCLAVA INSTRUIDA



Hace unos días me acordé mucho de ti. Porque estuve cenando con unos amigos y salió un tema sobre el que hemos conversado a veces: esa exaltación que el hombre puede sentir en batallas, en aquellas antiguas cargas a caballo, o hasta hoy, en cualquier situación en que la vida le haga sentir que está participando en algo acaso inolvidable. ¿Sabes? Me di cuenta de que lo que ya es difícilmente concebible es precisamente esa emoción. Supongo que nuestro tiempo la ha substituido por otras, “sin”, ruines.

Hay miedo, aturde lo que por excepcional, diferencia. No es raro en un rebaño cada día más dócil, más sutilmente amaestrado. Al fin y al cabo de esa mansedumbre viven los indeseables. Pero que tres amigos, a quienes yo consideraba muy ajenos a ese deplorable sometimiento, expresaran ideas tan baratas me preocupó (…) Que una civilización execrable y moribunda cuente entre los achaques de su cobardía, el menosprecio por lo que un hombre puede sentir en una situación de esas que cierto filme fijaba diciendo: “Abra usted bien los ojos, porque se seguirá hablando de este día mucho después de que usted y yo y nuestros hijos y los hijos de nuestro hijos hayan muerto. ¿Y quiere que le diga algo? Me emociona vivir ese día”, y que esa vileza hubiese alcanzado a unos amigos (de los que tenías sobradas pruebas de inteligencia), aparte de disminuir el gozo de aquella sobremesa ante un magnífico Oporto –esa suntuosa joya del silencio como decía Luján (cuánto te gustaba esa frase)-, me llevó a sombrías reflexiones sobre el estrechamiento del cerco por parte de los cretinos. Si hubieras estado presente –tienes menos paciencia que yo-, hubieras acabado la conversación con uno de tus “Esto es aburrido, que es lo peor que algo puede ser”.  Traté al principio de razonar, pero vi que era inútil (…)



Me despedí con tristeza. Te eché mucho de menos. Cogí el coche y me fui a la playa. Desayuné contemplando la belleza de las aguas. Recordé algo que tú me habías dicho: “Es el mismo problema que el arte o el amor y, si me apuras, que la elección de un vestido, o tú de una corbata: se trata de sentir en la piel lo que nos hace memorables”. 

Sí, era lo mismo que alguien dijo en el alcázar del Victory en el corazón de una batalla: “Esto es el Infierno, caballeros. Pero por nada del mundo quisiera estar ahora en otro sitio”. Pues esa sensación que tú decías, en la piel, ese mismo roce del viento de la vida, es lo que yo sentía cuando estábamos juntos en la cama. Pero no sólo en la cama: la sentía cuando te miraba moverte, vivir, reír. La sensación de estar vivo, de que todo cuanto soy se estremecía en ese vértigo de amor y placer.


José María Álvarez



























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