
Hay
miedo, aturde lo que por excepcional, diferencia. No es raro en un rebaño cada
día más dócil, más sutilmente amaestrado. Al fin y al cabo de esa mansedumbre
viven los indeseables. Pero que tres amigos, a quienes yo consideraba muy
ajenos a ese deplorable sometimiento, expresaran ideas tan baratas me preocupó
(…) Que una civilización execrable y moribunda cuente entre los achaques de su
cobardía, el menosprecio por lo que un hombre puede sentir en una situación de
esas que cierto filme fijaba diciendo: “Abra usted bien los ojos, porque se
seguirá hablando de este día mucho después de que usted y yo y nuestros hijos y
los hijos de nuestro hijos hayan muerto. ¿Y quiere que le diga algo? Me
emociona vivir ese día”, y que esa vileza hubiese alcanzado a unos amigos (de
los que tenías sobradas pruebas de inteligencia), aparte de disminuir el gozo
de aquella sobremesa ante un magnífico Oporto –esa suntuosa joya del silencio
como decía Luján (cuánto te gustaba esa frase)-, me llevó a sombrías
reflexiones sobre el estrechamiento del cerco por parte de los cretinos. Si
hubieras estado presente –tienes menos paciencia que yo-, hubieras acabado la
conversación con uno de tus “Esto es aburrido, que es lo peor que algo puede
ser”. Traté al principio de razonar,
pero vi que era inútil (…)
Me
despedí con tristeza. Te eché mucho de menos. Cogí el coche y me fui a la
playa. Desayuné contemplando la belleza de las aguas. Recordé algo que tú me
habías dicho: “Es el mismo problema que el arte o el amor y, si me apuras, que
la elección de un vestido, o tú de una corbata: se trata de sentir en la piel
lo que nos hace memorables”.
Sí, era lo mismo que alguien dijo en el alcázar del Victory en el corazón de una batalla: “Esto es el Infierno, caballeros. Pero por nada del mundo quisiera estar ahora en otro sitio”. Pues esa sensación que tú decías, en la piel, ese mismo roce del viento de la vida, es lo que yo sentía cuando estábamos juntos en la cama. Pero no sólo en la cama: la sentía cuando te miraba moverte, vivir, reír. La sensación de estar vivo, de que todo cuanto soy se estremecía en ese vértigo de amor y placer.
Sí, era lo mismo que alguien dijo en el alcázar del Victory en el corazón de una batalla: “Esto es el Infierno, caballeros. Pero por nada del mundo quisiera estar ahora en otro sitio”. Pues esa sensación que tú decías, en la piel, ese mismo roce del viento de la vida, es lo que yo sentía cuando estábamos juntos en la cama. Pero no sólo en la cama: la sentía cuando te miraba moverte, vivir, reír. La sensación de estar vivo, de que todo cuanto soy se estremecía en ese vértigo de amor y placer.
José María Álvarez
No hay comentarios:
Publicar un comentario