miércoles, 10 de enero de 2018

ROMA (VISTA POR JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ) PARA LOS DEL VERBO "ALO"



Pero al mismo tiempo podemos, amor mío, pasear esta tarde
por Roma, podemos
apaciguar nuestros ojos en sus calles, en sus fachadas
en la alegría que aún no ha sido destruida.
JMA


No hay en la tierra nada comparable a esto. El alma se conmueve y se eleva; una  tranquila felicidad la invade por completo. Pero me parece que para estar a la altura de estas sensaciones hay que amar y conocer Roma desde hace mucho tiempo. Un joven que no ha conocido nunca la desgracia no las comprenderá nunca.

Lo decía Stendhal en 1829 en sus PASEOS POR ROMA. Y pronto entenderéis por qué.



Mientras, os dejo estos poemas del maestro Álvarez que bien lo comprende, que lo ha visto, que ha estado ahí, como diría él. Lo que allí había, insisto siempre, no sale en las fotografías. Todo lo que fue -y es- no puede retratarse. Se huele. Pero de eso ya os daréis cuenta vosotros. 

Feliz encuentro.




PASEOS POR ROMA


Oh, qué feliz me siento en Roma!
GOETHE
Cuando tus ojos ya no juzguen
sino contemplen,
cuando ya sólo agradezcas.
Esa es la edad de Roma,
la edad de pasear
por Roma.


APOTEOSIS DE ADRIANO


Como dice Proust: «Certes, ce qui palpite ainsi au fond de moi, ce doit
être l´image, le souvenir visuel, qui, lié à cette saveur, tente de la suivre
jusqu´à moi»

Nombró el mundo.
EULOGIO FLORENTINO SANZ

Lo primero es una mención
en una página amarillenta
de un volumen de Cantú, el segundo
de la edición de Gaspar-Roig
de 1854. Tengo
doce o trece años y descanso
en una hamaca bajo los pinos
que rodean la casa de mi abuelo en el campo.
El ruido de las chicharras impregna una brisa cálida;
cerca, en la era, el sol de Agosto abrasa el barro
de los pajares. He tomado ese libro
de la biblioteca de la casa. Leo de pronto:
“Era una mezcla portentosa de virtudes y vicio”
El estilo vanilocuente de Cantú
seguía narrando las razones de ese escándalo. A
mí aquellas palabras me atrajeron:
un excelente Emperador que aunaba
esas dos experiencias que ya entonces
constituían lo que amo,
perseverar en lo que muchos llaman vicios
y en lo que yo llamo Cultura.
Seguramente en aquel colegio
donde intentaron abozalar mi inteligencia
habría escuchado el nombre de Adriano,
pero es a esa siesta venturosa
a la que debo que su imagen
anidara en mi vida.
Cinco años después, un desolado
paraje, junto al “Muro de los Pictos”,
esa muralla que él alzó
al furor escocés, casi en la desembocadura
del Tyne. Una neblina helada envuelve
el lugar; una voz agradable de mujer me indica: Son
fortificaciones de Adriano. Casi escucho
fragor de hierros en la niebla.
Hasta aquí llegó Roma, me digo con orgullo.
 Dos
años más tarde, es la VITA HADRIANI
de Spartiano. Prosa no memorable, pero sí
las hazañas que prodiga.
Me conmueven la lucidez, y su coraje, la generosidad
de ese espíritu altísimo, y cómo me turbó
con el poema que conserva
y que en Gregorovius después encontraría
y en la versión de Pound: “Animula
Vagula, Blandula”. Era una noche
de Primavera, en Murcia; cálida, mágica.
Luego es Gibbon.
Llueve sobre París. 1965. Hace muy poco
dejé el apartamiento de la rue Marx Dormoy y ahora vivo
en una casita en Bry-sur-Marne. Llueve, hace frío; no
mucho, pero ya enciendo la chimenea
y da gusto leer a su amparo.
Abro DECLINE AND FALL. ”No quedó —leo—
provincia del Imperio
que no honrase con su presencia”. Admiré —qué cercano—
a ese incansable viajero.
 Después —el libro ardía en mis manos—
las memorias que a su nombre vincula
mi nunca bastante venerada Yourcenar.
Ah qué fiesta de los sentidos y la inteligencia.
No era una sombra de un mundo desaparecido,
sino alguien como yo, que podía
aconsejarme, hacerme ver qué absurdas
tantas de mis ilusiones, qué
ociosos este o aquel temor, qué
acertadas lealtades. Cómo latía en esas páginas
—Dion Casio no la vio — esa alma errante
que desde las arenas de Arabia y Mauritania
a Bretaña salvaje,
extendió “el arco del Imperio”,
desde el Danubio al Rhin,
pacificando Asia, poblando los dilatados horizontes
de sabias arquitecturas, leyes justas,
ese griego de corazón, Graeculum,
el primer Emperador con barba de filósofo.
Son, una noche, las tres cartas
que le debemos a Dositeo. Y -¿1980?- una relectura
lenta, paladeando cada palabra, cada pensamiento,
la hondura de su reflexión, de MÉMOIRES D’HADRIEN,
sentado en una sombra, en el Foro romano,
teniendo ante mis ojos los restos del inmenso
—cantan su belleza quienes jamás lo vieron—
templo de Roma y Venus.
 Luego
fue Itálica. Con la luz andaluza que bruñía
los árboles y los despojos de la gloria.
Pasé mis manos por aquellas piedras.
Toqué el Imperio. Dejé que me invadiera
una dicha solemne. Comprendí.
La memoria de Adriano, esa memoria donde la pasión se funde
con el Arte, placeres, leyes, gestas
de la espada, ¿no es lo mismo
que los Silencios de la Maestranza? ¿El rostro de Adriano,
el orden de vivir que irradia, su sabiduría,
no lo he visto a veces en alguno que me topo
paseando junto al río, en ese puente
por el que bajará la Esperanza de Triana,
mientras me encamino a la grandeza
de los vinos y tapas del “Sol y Sombra”?
 Y es en la Primavera
del 85, Villa Adriana, esas ruinas inefables
de lo que él nos regaló
como museo de reproducciones
de lo que había amado en este mundo,
el Liceo de Atenas, la Academia,
el Pórtico de los Colores, canopes que eran la memoria
del Egipto, estanques a la sombra de luminosas arboledas
donde las ninfas extendían sus mantos,
aves de lumbre, furia de los sentidos, y la alta Biblioteca
donde dejar volar los pensamientos. Allí, por esas sendas
Adriano paseó con otros seres escogidos
o bajo la noche al amor se entregaba
con hermosas mujeres y adolescentes como ángeles. Allí toqué
la piel de la cima del refinado espíritu
de un gran Jefe de Hombres. En su honor
—él los había escuchado en los largos atardeceres—
dije yo allí en voz alta versos de la ENEIDA, de Homero, de
Propercio,
de Safo. Dije ;
“Interea medium Aeneas iam classe tenebat
certus iter fluctusque atros Aquilone secabat
moenia respiciens, quae iam infelicis Elissae
conlucent flammis”, evoqué
las astucias de Ulises, el cuerpo
de esa virgen de rubios cabellos
del Libro II de las ELEGíAS... Las palabras resonaban
sobre el silencio de las ruinas
como si fueran luz del sol.
 Y ahora, una vez más,
esta tarde de bronce, junto al Arno,
vuelves a mí en la fotografía que las manos de una joven
sostienen, un Antinoo. La joven lo contempla conmovida.
Pienso que como pocos otros símbolos
de lo que amo, tu memoria
ha acompañado asiduamente
mi vida. ¿Cuántas veces
he pasado —hasta ya ni mirarlo—
ante esa Moles Hadriani, ese Sant’Angelo
que me lleva a San Pietro? Cuando ni miras algo,
es que ya está en tu sangre, tan tú como tu carne.
Como lo es el busto de las Termas,
o el asombroso del Vaticano, y cerca de él,
ese divino Antinoo como Baco, ese joven bitinio
cuya sensualidad, cuya belleza
–ah, haber podido ver el de Antoniano de Afrodisias–
incendiaron tu alma. Cuantísimas mañanas
lo primero que mis ojos han contemplado al despertar
ha sido el Panteón, por mi ventana sobre la placita;
cuántas noches, la última
copa junto a la fuente
ha brindado por su belleza,
ha brindado por ti.
Un gran maestro dijo que uno
se obliga a vivir porque de vez en cuando
vivir es extraordinario, es memorable.
 Entre esos instantes
—Juan de la Cruz o pasear por Istanbul, Mozart, Velázquez,
Nabokov, Borges, Shakespeare, el mar,
eso que a veces hay en la mirada
de una mujer—,
pensar en lo que hiciste,
tu recuerdo de Emperador tan sabio y valeroso,
enriquece mi vida, anima
mi pensamiento. Bien podría
decirte lo mismo que hace años
ofrecí a Marco Aurelio en unos versos:
Te hubiera seguido con orgullo.


GATO ROMANO


Donde el espíritu puede volar y adormecerse;
y a su vera lograr un sueño deleitoso.
JOHN KEATS

Para Luis Antonio de Villena

Gato de tus calles, Roma de mi vida,
tumbado al sol horas y horas
viendo pasar el mundo hacia ninguna parte.
Qué hay como desperezarse por tus Foros,
luego una buena sombra al pie del Panteón,
y ahí es nada rascarme contra una
columna de Bernini, una fachada de Maderno.
Siempre habrá un vencedor —éste o el otro—
que tirará unas sobras, y me bastan;
eso y de vez en cuando, buenas gatas.
A lo mejor, cuando sea viejo, caerle en gracia
a un Cardenal, y qué delicia entonces,
esas largas veladas mientras lee
mi amo sus apólogos,
sentir su mano tibia, esa mano cansada
de bendecir, pasar sobre mi lomo
distraída, dichosa...


DESOLADA GRANDEZA
(G.T. DE L.)


En polvo se convierten las imperiales torres de Troya.
ALEXANDER POPE

Nos iremos al reino de Eli,
porque ya en éste no queda nada digno de mención.
MARCO POLO

En lo mejor confía, por senderos de bendición camina.
FRIEDRICH HÖLDERLIN

He aquí el final del viaje.
Por la ventana del hotel
contemplo Roma extenderse
como polvo de oro suspendido
en una noche helada.
Esto era todo.
Esto. Y la limpia
memoria de una biblioteca
en Palermo, algunos días de Londres,
Mozart, Chopin, Stendhal, algún rostro muy amado,
el lujo de mi vida con honor defendido.
Y mi libro. Las páginas que hicieron
más bello, más noble el mundo.



ELOGIO DE POMPEYO POR SEXTO POSTUMIO,
SOLDADO. O DE LO QUE PUEDE CONSOLAR
HABER VERIFICADO EL PROPIO VALOR Y
HABER CONOCIDO A GRANDES HOMBRES



No nos concierne aquí la historicidad oculta bajo la leyenda,
Sino solamente la leyenda.
ALFONSO REYES

Para Rey tan excelente
pertenesçe tal presente.
JUAN ALFONSO DE BAENA

Valeroso Pompeyo, el más noble de los generales.
Hijos dejé y esposa, por ti;
cuando ella secó las lágrimas de su cara
ya me cubría el polvo de tus ejércitos al avanzar.
Yo luché junto a ti contra el infame Mitrídates
hasta echarlo del Ponto, y fui de los valientes
que se batieron junto al Lykos bajo tus enseñas.
Padecí los rigores de la Siria.
Oh tú, el mas grande y justo. Y cuando llegamos
a las puertas de Roma,
que se hubieran rendidos a nuestras espadas,
y te hubiésemos coronado, bien lo sabías,
tú preferiste licenciarnos. Y entregaste una gloria
por la que treinta años
luchamos. Sólo anhelabas envejecer en paz
y más diste a tus legiones que a tu familia.
Yo marché a tu lado cuando tras tu carro
desfilaban vencidos los reyes, y nunca vi en tus ojos
sino el honor de entregar ese poder a Roma.
Y cuando la patria estuvo en peligro por el traidor César,
acudí a tu llamada, y bajo tus órdenes marché
hasta los países del Oriente,
me batí en Pharsalos y nos vencieron.
Luego supe que la arena despojó a Pompeyo de sus tres triunfos.
Oh mi general, el más noble y valeroso.
¿Por qué no luchamos hasta sucumbir,
por qué no ordenaste atacar, atacar, atacar,
y morir sobre el campo de batalla
y no a manos de un niño?
Oh mi general, el más noble de los soldados.
He tenido que callar años y años
el honor de haber servido bajo tus órdenes.
Ahora ya soy viejo, pronto daré a la tierra
este cuerpo cuyas cicatrices
acreditan la gloria de haberte seguido.
Escrito por Sexto Postumio, soldado
que luchó con Pompeyo
hasta que los Dioses nos volvieron el rostro.


DANS CETTE GRANDE PLAINE


—Usted tiene toda la vida por delante.
—No, la mejor parte se fue ya. Y se fue por nada.
HENRY JAMES

Jamás podremos, sin embargo,
abandonarel libre derecho a
examinarleyes, fundamentos, límites,
razones,series de enigmas sin
fondo,con lúcido, frío, sutil rigor.
SALVADOR ESPRIU

El pensamiento es subversivo y revolucionario, destructivo y terrible; el
pensamiento es impiadoso para el privilegio, las instituciones establecidas y los
hábitos confortables; el pensamiento es anárquico y sin ley, indiferente a la
autoridad, y no teme a la decantada sabiduría de las edades. El pensamiento
contempla el pozo del infierno y no tiene miedo. Ve al hombre, una débil mota,
rodeado de insondables abismos: se mantiene soberbiamente, tan impasible como
si fuera el señor del Universo. El pensamiento es ilimitado, audaz y libre; la luz del
mundo y la gloria principal del hombre.
BERTRAND RUSSELL



Sentado en una roca contemplo el sereno
Mar Y en la azul lejanía
El paso de las naves
 Qué lejos está Roma
Mas también la crueldad
De los Césares el miedo
Ah Roma... El viejo mundo se deshace
Por el Norte tribus de bárbaras costumbres
Asolan las fronteras Y luego como un cáncer
Las maquinaciones de esos hombres
«de misantropía general»
Adoradores de un judío ejecutado
He visto tanto Mi obra está acabada
Pero no deseo morir
Escribir ya es inútil
Pero escribir es sólo
Un lado de la vida
 Sentado en una roca
Contemplo el paso de los barcos el vuelo de las aves
Leo un poco como duermo bien
De vez en cuando me traen una mujer preferentemente
De las colonias En su cuerpo fatigo
Mis miembros y mis ojos
De noche sigo el curso
De las estrellas oigo a los músicos oigo al mar
Espero el olvido


SEPULCRO CLÁSICO


Los dioses
Quieren que se cumplan sus secretos designios.
WILLIAM SHAKESPEARE

Toda la ciudad rebosaba de una ingente muchedumbre que había
acudido de todos los rincones del país.
HERODIANO

Fue en la Primavera
de 1485. Unos asalariados excavaban
en la Vía Apia. lmaginaos
la lentitud de la mañana, ciertos cantos.
De pronto, voces. Los azadones
han golpeado—ascuas
del mármol—una
losa.
Manos encallecidas desocupan
la tierra. Y aparece
un sepulcro y una
inscripción: «Julia»—«Hija de
Claudio» .
Cuando la losa es levantada
un suave perfume—dice el
libro—, dulzón, como de flores,
impregna el aire. Allí, dormida,
hay una joven de sutil belleza.
No tendrá más de 15 años, sedosa cabellera
cubre sus hombros, y entreabierta
(como para besar) la boca, y las mejillas ruborizadas.
Quedáronse asombradas
aquellas buenas gentes. Y en el silencio más profundo
respetuosamente contemplaron
aquella imagen que les revelaba
lo que una vez fue Roma,
lo que alguna vez ellos habían sido
como romanos.
Y ante la niña se inclinaron
como la Iglesia les había enseñado
a postrarse ante la Virgen.
Después llevaron el sarcófago
al Capitolio. Y pronto Roma fue la meta
de filas de peregrinos, muchedumbres
de todas hablas y regiones, que venían
a contemplar a la dormida.
Y aún en la grandeza imperecedera
de aquella Roma ya cristiana
—reinaba Inocencio VIII—
la belleza pagana
y clásica, triunfó.


ELEGÍA ROMANA


Resplandece como la luna de rosados
dedos eclipsa todas las estrellas
cuando el sol se ha ido.
SAFO

Así proclamó la supremacía de Roma.
TITO LIVIO

Si alguna vez me pierdo,
Buscadme en Roma.
Amo tanto Istanbul...
Pero buscadme en Roma.
Deseo más Venezia,
Mi juventud está en París
Y mi corazón es de New York,
Pero buscadme en Roma.
Si alguna vez me pierdo,
Id a Roma, y al atardecer
Salir a pasear sin rumbo fijo.
Me encontraréis mirando la fachada
De algún viejo palacio,
Hablando con cualquiera.
Me alegraré de veros,
Os invitaré a beber
Y recordaremos el pasado.









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