En un momento dado de la conversación entre
Ernest y Gilbert en EL CRÍTICO COMO ARTISTA de Oscar Wilde, Gilbert dice lo
siguiente:
Si
viviéramos lo suficiente para ver las consecuencias de nuestras actuaciones,
podría suceder que los que se llaman buenos se vieran afligidos por un pesado
remordimiento, y que los tachados de malos por el mundo gozarían de una noble alegría.
Cada pequeña cosa que hacemos pasa después a la gran máquina de la vida que puede
moler nuestras virtudes en inútil polvo o transformar nuestros pecados en elementos
de una nueva civilización más maravillosa que ninguna de las precedentes.
Pero
los hombres son esclavos de las palabras. Se alzan iracundos contra el materialismo,
como ellos lo llaman, olvidando que no
ha habido progreso material que no haya espiritualizado al mundo, y que ha
habido muy pocos, si los hubo, despertares espirituales que no hayan malgastado
las facultades del mundo en estériles esperanzas en aspiraciones infecundas y
en creencias vacías y entorpecedoras. Lo
que se denomina pecado es un elemento esencial del progreso. Sin él, el
mundo se estancaría, perdería la juventud y el colorido. Con su curiosidad, el
pecado aumenta la experiencia de la raza. Al intensificar el individualismo nos
salva de la monotonía del "tipo". Su repulsa de las nociones
corrientes sobre la moralidad le hace poseer la más elevada moral.
¿Es el
pecado el origen del progreso? ¿Nos acerca al avance de la raza más de lo que
creemos? ¿Sin el pecado hay ese estancamiento del que habla Gilbert? Una
pregunta que llevo haciéndome días y de la que no tengo clara la respuesta.
Pero mientras tanto, pequemos, por si acaso...