miércoles, 11 de enero de 2017

LA ADHESIÓN ES LA RESPUESTA




A DJR, que como yo mira los libros crecer.



Es sabido que uno aprovecha esos días de Navidad (a veces, casi siempre, la odio) para echar mano de los libros que no ha podido leer en los últimos meses. Ya identificas la escena, seguro: la mesa que tienes por el salón, o esa estantería vacía que parece creada para acumular tus librosqueleerenbreve. Cada semana -si hay suerte- un par de poemarios más. El que JB ha comprado en una librería de viejo, el que te ha mandado un amigo con cariño, o ese que viste en tal feria y compraste para leer pronto.

Como cada período de vacaciones, los poemarios te miran con pena. Pasas a su lado y parecen decirte lo que deben decir esos perros que venden en tiendas de animales: cógeme a mí. Siempre cuesta elegir con cuál empiezas (porque de verdad: quieres leerlos todos). Y siempre habrá uno que te llamará más que otro: siempre habrá un perrito que te mirará con unos ojos especiales, o que llevará tal mancha que -piensas- la ha puesto el destino ahí para ti.

Debo reconocer que VENTAJAS DE ESTAR EN LA RUINA me ha llamado más veces que otros, sobre todo por esa dedicatoria de mi querido Emilio Losada en la cubierta, a mano, terriblemente cariñosa. Esa mancha del perrito con ojillos más tiernos. Y es por ello que no tardé en devorarlo nada más cogerlo de ese montón de libros que esperan -todavía queda un puñado- unas manos hambrientas.

Sabiamente escogidos cada uno de sus títulos, me quedo con este poema de Emilio Losada que bien me lleva a esas noches de escrutinio vital, a esas cajas, a esas bolsas viejas que contienen -si acaso- nuestro mejor yo.


DIÓGENES DE INVIERNO

En el suelo
ante otra mudanza inminente,
un escrutinio.

La sonrisa de un prometedor valor adolescente
reluce en recortes de prensa regional,
garabatos tridimensionales en los márgenes de libretas Guerrero
ratifican el tedio de la atropellada aula socialista,
bombones de almanaque de taller
     -era otra estética:
     flequillos rasando párpados,
     una sutil pincelada de carmín, acaso;
     tejanos elásticos de pitillo, si los llevan puestos...-
aún se muestran apológicas del soliloquio ecuménico,
versos de insegura caligrafía
estampados en servilletas condimentadas
con mantequilla, café y aguardiente
siguen desmereciendo la indulgencia del tiempo.

Y poco más: arrumacos y saliva compartida
con amigas con derecho a lengua
en instantáneas de amarillo-nicotina,
un tropel de ceniceros que parecen toser mis ausencias
y algún que otro cachivache inaudito
que sin duda almacené porque debió significar
algo entrañable en su momento,
pero que ahora no logro ubicar en el memorando
de mi infame cronología.

Una vez más inspecciono,
huelo y palpo esos objetos prescindibles
antes de pasar a comprimirlos
en cajas de cartón por si algún día
de un futuro incierto
     -bajo otra atmósfera,
     en otra ciudad,
     en el doble fondo de otro armario-
su acopio conforma la génesis
de un pasado no renunciable
y vivo.

Amor propio,
al fin y al cabo.




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