LOS ANIMALES BUSCAN EL ORO
A los de aquella noche de buena suerte.
Iba el otro día escuchando en la radio (ah, benditas horas
de soledad en el coche, donde tu único compañero es el cigarro) un programa
donde hablaban sobre el carisma. También del autoestima, la madurez y la
autonomía. Quitando un par de soberanas estupideces que dijo el psicólogo de
turno sobre la etimología de “auto” (si no sabes, no te metas a torear, que
luego estas cosas quedan grabadas en los podcast y nos podemos arrepentir de lo
que decimos…), por lo general era bastante interesante lo que allí se decía. Y
más que interesante era agradable de oír ese sentido común que los
interlocutores desprendían, cada vez más inusual (el sentido común, digo). Y
hablaban de que hoy en día el carisma está muy asociado -especialmente entre
los jóvenes y los claramente más débiles en cuanto a autoestima- al tema de las
redes sociales. Los MEGUSTA, los comentarios a las fotos, las veces
compartido, los “yo te sigo-tú me sigues”…, toda esa mentira que vivimos en las
redes y que nos hacen sentir más “carismáticos” (véase, si se quiere, el primer
capítulo de la tercera temporada de BLACK MIRROR).
El caso es que pensando en todo eso (las falsas amistades
virtuales, las falacias diarias a las que entramos a jugar: toda esa realidad
fingida que nos creemos cuando abrimos el Facebook), y, aunque la sensación era
como de asco, pronto caí en la cuenta de que algunos no pertenecemos a eso. Y
me tranquilicé. Usamos las redes, pinchamos MEGUSTA, celebramos rigurosamente
las fiestas establecidas casi por ley,
formamos parte de esta sociedad destructiva porque no tenemos más remedio
(recuerden: el hombre es un ser social)…,
pero no lo creemos todo. Y pensé que al final lo que debe contar no es
participar o no (¿cómo evitar un maldito Black Friday?). Lo importante no será jugar o no, sino si nos creemos el juego
o no lo creemos. La clave está en saber qué lugar ocupas, y al final lo que
importa es dormir tranquilo por la noche, sabiéndote sincero con tu yo más
cercano, huyendo de la hipocresía para contigo mismo.
Y entonces, de vez en cuanto, llegan esas cenas auténticas,
esos manteles salpicados de alcohol y virutas de tabaco, los títulos de poemas,
las canciones y sus versiones, los gestos menudos -pero que tanto dicen-. Los
futuros inmediatos, las marcas al calendario. La risa. Y uno se siente menos
solo. Incluso menos solo que en ese maremágnum de amigos que pinchan en
nuestros gatitos o en nuestras puestas de sol. Y ojo: lo seguiremos haciendo,
pase lo que pase, porque uno quiere ser carismático, uno quiere tener la
aprobación de los demás en el cotidiano momento, uno quiere que sepa el mundo
entero que tiene jersey nuevo o que ha estado en Madrid.
Y no pasa nada. Porque
sabemos que es mentira y no importa: recordaremos en esas noches de auténtico
latigazo que la carne es lo que cuenta y que, como digo siempre, los animales
seguimos buscando el oro.
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