Señoras y señores:
No voy a abrir el telón para alegrar al
público con un juego de palabras, ni con un panorama donde se vea una casa en
la que nada ocurre y a donde dirige el teatro sus luces para entretener y
haceros creer que la vida es eso. No. El poeta, con todos sus cinco sentidos en
perfecto estado de salud, va a tener, no el gusto, sino el sentimiento de
enseñaros esta noche un pequeño rincón de realidad.
Ángeles, sombras, voces,
liras de nieve y sueños existen y vuelan entre vosotros, tan reales como la
lujuria, las monedas que lleváis en el bolsillo, o el cáncer latente en el hermoso
seno de la mujer, o el labio cansado del comerciante.
Venís al teatro con el afán único de
divertiros y tenéis autores a los que pagáis, y es muy justo, pero hoy el poeta
os hace una encerrona porque quiere y aspira a conmover vuestros corazones
enseñando las cosas que no queréis ver, gritando las simplísimas verdades que
no queréis oír.
¿Por qué? Si creéis en Dios, y yo creo, ¿por
qué tenéis miedo a la muerte? Y si creéis en la muerte, ¿por qué esa crueldad,
ese despego al terrible dolor de vuestros semejantes? ¡Ja, ja, ja! Diréis que
esto es un sermón. Y bien, ¿es que es feo un sermón? Casi todos los que me oyen
han dado un portazo y han salido de casa dejando a su padre o a su madre en un
momento en que por su bien les reñían, y en este instante darían todo lo que
tienen, hasta los ojos, por volver a oír las dulces voces desaparecidas. Lo
mismo ahora. Pero ver la realidad es difícil. Y enseñarla, mucho más. Es
predicar en desierto.
Pero no importa.
Lorca
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