GRECIA: GUÍA DE VIAJE
PARA ANTIPOETAS Y SOÑADORES
(de Antonio
Cruz Romero)
Sólo si has estado -si has pisado esa tierra negra de la que
hablaba Homero- sabrás a qué se refiere este poema. No es suficiente haberlo
visto en alguna imagen o película (como decía el Poeta, lo que allí había no sale en las fotografías). El paso -el
beso- del tiempo te aprieta y estalla dentro como un trueno, y ya no eres tú
como te conocen. No respondes a tu nombre si te llaman.
Has subido unos cuantos peldaños sólo, pero sin darte cuenta
traspasas el límite que separa el hoy de la Historia. Te puede pasar en Naxos,
en Micenas, en Éfeso o en Dídima. Te pasa en Roma, en Sicilia, incluso en
algunos pequeños restos de Anatolia, donde nace el Sol. Tú has lamido las
comisuras de la Historia cuando oscurecía en Priene. Has tocado esas piedras de
Mileto y sabías que ya no te pertenecías. Has llegado hasta a playa de Ostia y entendías
que la lluvia que caía no era de este tiempo.
A Antonio Cruz le pasó en Grecia, en Atenas, en un viaje más
que terrenal y casi iniciático. Este poema da fe de ello. Y me emociona porque
sé de lo que habla. Algo que nunca se olvida y difícilmente se puede explicar
con palabras: que no pertenecemos a este mundo aunque queramos, y que la inmortalidad,
aunque parezca mentira, se puede tocar.
ACRÓPOLIS
Somos lo que no somos,
y en alguna ocasión otros sí fueron.
Aparece luminoso, revestido
de amarfiladas y marmóreas piedras:
el sol ciega a los que traspasan sus
dominios en forma de derruidas columnas.
A cada paso desandas un siglo, rejuveneces
cien años, dejas lastres, cesas de hablar a los
que te rodean, y ya no sientes el calor abrasador;
sólo contemplas.
Poco a poco percibes que has dejado
de respirar, pero aun así, vives. Sientes que el cuerpo
abrasado por el sol ya no es carne, ni hueso: es ceniza.
¡Eso es eternidad!, te susurran al oído…
y sientes envidia.
Percibes la brisa acariciándote la negra barba,
lamiendo el rosto de los dioses que ahora escupen
sobre Grecia.
Somos lo que no somos,
y en alguna otra ocasión otros sí fueron.
Avanzamos sedientos y sudorosos hasta la cola de salida,
sobre el légamo de la insultante inmortalidad.
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