EL ANIMAL Y LA URBE
Olivia Martínez Giménez de León
Ediciones Torremozas, 2016
Olivia Martínez Giménez
de León (Alicante,
1980) acaba de publicar su primer libro. Un poemario que queda dividido en dos
partes que la autora bien marca desde el inicio: LA URBE y EL ANIMAL (aunque
ella prefiera el orden inverso para el título). Dos partes que, con un total de
27 poemas, configura un elenco de formas de ver el mundo, desde lo exterior (la
urbe) hacia el interior (el animal).
De este modo, Olivia nos va acercando con un lenguaje cómodo,
sin revestimientos ni elementos barrocos (a veces parco, rotundo), a la
identidad del yo poético. Utiliza la cotidianidad para ir de lo tangible a lo
abstracto (un hervido, los boleros, una ensalada de fruta, el vino o el
vermut), tejiendo así un mosaico de imágenes que van más allá de lo concreto a
través de imágenes del día a día.
Algunos elementos fundamentales en la poesía de Olivia son,
sobre todo, la familia, los recuerdos y el tiempo, pero también el conocimiento
de uno mismo y la búsqueda de la identidad.
Si nos fijamos y analizamos cada parte de manera
independiente (pero complementaria), nos damos cuenta rápidamente de que
encontramos, por un lado, un aspecto más primitivo en EL ANIMAL, y por otro
lado una parte más de regreso retrospectivo en LA URBE, volviendo al pasado con
frecuencia. Los recuerdos son el ojo por el que mira Olivia en Hervido, Boles de fruta, Tarkovsky o Plátano. Y es en esos poemas donde lo
cotidiano, la familia, la niñez… cobra importancia.
La ciudad, los elementos de lo urbano y exterior aparecen en
otros tantos poemas, como en Calles, Dublín,
Caleidoscopio o Civilización y
barbarie. Del mismo modo que el animal convive con otras especies en esa urbe, el tiempo es otro de los elementos
fundamentales, desde ese primer Pavana o
Post-it, haciendo referencias incluso
al cambio de las estaciones, como en Fuera
del circuito. Donde las calas o Agosto
es un asunto efímero.
La identidad personal y el autoconocimiento se convierten así
en el eje principal del poemario. Véanse los dos poemas, por ejemplo, que abren
el poemario (Pavana y Espejo), e incluso continuando con la
lectura los poemas titulados Respiraciones,
Y vivirte el insomnio como si no fueses tú o Civilización y barbarie. Pero aunque la autora se preocupa de
conocer su identidad, Olivia no se refugia en ese ya demasiado trillado –y facilón-
feminismo: huye de eso que llaman poesía femenina, que la alejarían de la
lectura global de cualquier lector. No se conforma con eso, sino que tiende a
una universalidad. Léase en Espejo:
Decirme quién soy, qué
forma tengo (…)
Qué haría si me tuviese
delante
y fuese el otro.
El idioma de las
piedras, el último
poema del libro, es sin lugar a dudas la clave de esa parte primitiva, de ese animal que vive en Olivia. Se convierte
así la segunda parte, EL ANIMAL, en un compendio de esos elementos más
primitivos: el calor, las cuevas, la playa, el salvajismo, la jungla, el
paisaje o la tierra, el sexo. Es donde aparece los poemas adquieren una fuerza
casi telúrica, rozando lo salvaje y llegando al yo más íntimo. Desde el
recuerdo, la experiencia vivida, el pasado… llegamos a la identidad total:
Hay algo terrible en mí
y que sin embargo me
alimenta.
Le auguro así a Olivia un futuro rico y coherente en cuanto a
su obra se refiere, sobre todo porque ya en este primer poemario se ve una voz
propia y contundente que tiene claro cuál es su papel.
Enhorabuena, Olivia.
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