martes, 3 de noviembre de 2015

ENTRAN JAZMINES EN CASA (de Pedro Serrano)





Parece ser que en 1526, un fuerte temporal sorprendió a un barco español que navegaba desde La Habana a Cartagena de Indias, pereciendo en el hundimiento toda la tripulación, con la excepción del capitán, Pedro Serrano, que logró llegar a un inhóspito banco de arena sin apenas vegetación y sin fuentes de agua dulce. Lo que siguió al naufragio fue una auténtica odisea, ya que su alimentación era de pájaros y peces, y bebiendo muy a menudo sangre de tortugas marinas como suplemento al agua. Así permaneció los siguientes ocho años. El banco de arena ni siquiera estaba entonces situado en las cartas marinas, por lo que construyó una torre con roca y coral para hacer señales de humo. Finalmente, en 1534, la tripulación de un galeón que iba a La Habana divisó las señales de humo y Pedro fue rescatado. Poco después, consiguió regresar a España para comenzar una nueva vida que le dio fama y dinero y le convirtió en un personaje famoso no sólo en la Corte Española, sino también en el resto de Europa, debido a los muchos viajes que hizo para narrar sus peripecias en las reuniones de la alta sociedad.

Pero ni esas peripecias aparecen aquí, en ENTRAN JAZMINES EN CASA, ni ese Pedro Serrano es el que aquí tenemos esta noche en Zalacaín. De este Pedro no tan marinero –y que seguramente tiene mejor ubicados sus puntos de referencia para no perderse- podría yo decir muchas cosas, y aunque me ha dado libertad de hacer lo que quieras –incluso hablar mal de él, que es lo que realmente espera- no puedo más que elogiarlo por el poemario que aquí nos ha convocado. Entremos en materia.

Si en Tibulo los dos ejes en los que se vertebran los poemas son el amor y el campo, en Pedro Serrano lo que encontramos son el amor y la ciudad. Pero aunque esa parte más urbanita le hace emparentarse más con la elegía de Propercio u Ovidio –que siempre tenían como escenario la ciudad, Roma-, Pedro es un poeta que contempla la ciudad como si del campo se tratara. Otorga a la urbe de un punto bucólico -las luces, la calle, la noche, la gente- como si de un prado se tratara, como si de un bosque o la mar tranquila. No me entiendan mal: no es el pastor que recuerda a la amada rodeado de ovejas; es más bien el poeta contemplativo de las luces de la ciudad, del trasiego de gente que camina por las calles, o los coches pasando, o los horarios marcados. Él contempla en todo momento: no forma parte de ese maremoto de vida que implica la ciudad y el presente agitado. Él prefiere la soledad de su casa, la habitación compartida con la amante o el aliento de la mujer en mitad de la noche cuando todo duerme (en eso sí es tibuliano total). Y el estilo –perdonen que la cabra tire pal monte- también recuerda a Tibulo: ese estilo “tenue”, lleno de lucidez sin grandilocuencia, que convierte lo cotidiano y diario en el escenario perfecto para la vida sublime. Porque así basta. Se trata de un lenguaje íntimo, limpio, de una sobriedad contenida, sin exhibicionismos. Es esa pureza y claridad la que recuerda al latino, como también la economía del lenguaje, con imágenes claras, directas, con una cristalina exposición que emocionan al lector con elegancia, sin apresuramiento. Un ritmo bien marcado no sólo por el estilo y la elección de las palabras, sino porque los temas ayudan precisamente a esa claridad expositiva: el amor como refugio de la vida, esa vida que es una cerilla, una pista de baile donde todo sucede apresuradamente. Y mientras esperamos a que el tiempo pase, ver cómo entran jazmines en casa. Esa es la clave.

Hay una búsqueda del equilibrio (esto también es muy clásico), hay momentos de dolor y de pérdida, hay soledad y noche y desamparo, pero también hay paz, con un gato que contempla el horizonte o un té caliente en esa ciudad diaria. Hay luna y música y recuerdos del pasado, cuando ¿qué había? Hay amantes que se encierran en un mundo inventado, hay mucho tacto y sexo y aromas de cama y aliento caliente y el tiempo que corre alrededor de ellos. Ese fuego que incendia la casa y nos hace vivir calcinados en un mundo cotidiano. Pero también encontramos en este libro la madurez de un poeta, la búsqueda de un lugar crónico sobre todos los lugares, un mar tranquilo donde vivir sin contratiempos.

Pareciera si echamos un vistazo rápido que Pedro Serrano –o mejor dicho, el poeta que escribe ENTRAN JAZMINES EN CASA- se contentara con poco, con lo justo, sin buscar más allá. Pero todo lo contrario: al final, para cada uno de nosotros, que vivimos en esa ciudad que Serrano nos describe, que calentamos el té y se nos enfría sin darnos cuenta, que tenemos un gato (o tres perros en mi caso) que nos extiende el lomo para acariciarlo quizá eso sea suficiente. Y nos basta.


Gracias, Pedro.






ÚLTIMO

El cazador se coloca
frente a la mosca que sigue
quieta en el parqué,
tensa las patas y se queda
petrificado antes de saltar.
Se impulsa para capturar
al insecto, y este toma altura
volando hasta las nubes.
Ha pagado sin premio
la ingenuidad de atrapar rápidamente
lo que no se tiene, alas.



*No os perdáis la fiesta de aniversario de FRUTOS DEL TIEMPO. Será el próximo 6 de Noviembre en Elche, a las 20.30 h.







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