Anoche releía el RETRATOS (CON FLASH) DE
JAIME GIL DE BIEDMA de mi querido Villena.
Recordaba cómo adquirí ese ejemplar, cómo me
gustó encontrarlo en aquella librería de la Warwick Street en Londres, y luego
todos esos recuerdos de un viaje macnífico, de música, alcohol y paseos, de
frío, tabaco y Biedma también. Y de pollo frito. Ahí escribí ese poema que
tanto te gustó, Burbuja.
Pues -decía- anoche lo releía y veía esas frases que me gusta subrayar en los libros, como aquella “y lanzó una de esas carcajadas desinhibidas que tenían algo de filósofo y un tilín de camionero muy seguro…”, o ese “la vida iba en serio” que Villena pone por cierre a su exquisita (y sobre todo delicada) narración.
Y entonces también vi subrayado ese verso
(que comentábamos ayer IC y yo) digno de tatuarse en la piel, y me acordé de
las muchas veces que he repartido ese poema entre mis alumnos, y cómo les ha
emocionado, fueran o no lectores de poesía.
Y cómo a Burbuja le emocionó también con quince años alguno que otro de Jaime; y también esa foto caminando con JM que está en blanco y negro, y el afecto con que habla de Biedma pese a las pocas ocasiones en que se vieron, de cuánto apreció su inteligencia y su elegancia. Y también pensé en aquellos marcapáginas con sus versos que repartimos por el instituto, y de la primera o segunda vez que me adentré en Jaime, que me arañó de verdad por dentro.
Y esa vez, Mr. Hyde, ¿recuerdas?: volvíamos de Budapest y habíamos visto EL CÓNSUL DE SODOMA, y en Roma coincidimos con Jordi Mollá, y yo pensé que me moría de la emoción, como si hubiera visto al mismo Jaime, y Jordi pensó que estaba loca pero dio igual. Era Jaime.
O cuando JB me enseñó la postal donde Jaime acaricia el hocico de un cervatillo desde la ventanilla de un coche, y me dijo: La guardo como oro en paño porque adoro a Jaime. Y lo quise más por aquello, por la delicadeza con la que sacó la postal de su caja de mudanzas y la puso sobre mi estantería que ya es nuestra.
Y cómo a Burbuja le emocionó también con quince años alguno que otro de Jaime; y también esa foto caminando con JM que está en blanco y negro, y el afecto con que habla de Biedma pese a las pocas ocasiones en que se vieron, de cuánto apreció su inteligencia y su elegancia. Y también pensé en aquellos marcapáginas con sus versos que repartimos por el instituto, y de la primera o segunda vez que me adentré en Jaime, que me arañó de verdad por dentro.
Y esa vez, Mr. Hyde, ¿recuerdas?: volvíamos de Budapest y habíamos visto EL CÓNSUL DE SODOMA, y en Roma coincidimos con Jordi Mollá, y yo pensé que me moría de la emoción, como si hubiera visto al mismo Jaime, y Jordi pensó que estaba loca pero dio igual. Era Jaime.
O cuando JB me enseñó la postal donde Jaime acaricia el hocico de un cervatillo desde la ventanilla de un coche, y me dijo: La guardo como oro en paño porque adoro a Jaime. Y lo quise más por aquello, por la delicadeza con la que sacó la postal de su caja de mudanzas y la puso sobre mi estantería que ya es nuestra.
Y es que Biedma está ahí desde que yo
recuerdo, y son tantas las anécdotas en torno a él que podría perderme en una
lista de recuerdos ñoños y a veces trágicos sobre él, sobre lo que la figura de
Biedma me trae a la memoria. La palabra es araña.
Todo vida.
Porque muy pobre hombre
ha de ser uno si no deja en su obra -casi sin darse cuenta- algo de la unidad e
interior necesidad de su propio vivir. Al fin y al cabo, un libro de poemas no
viene a ser otra cosa que la historia de un hombre que es su autor, pero elevada
a un nivel de significación en que la vida de uno es ya la vida de todos los
hombres o, por lo menos -atendidas ya las inevitables limitaciones de cada
experiencia individual-, de unos cuantos entre ellos*.
Gracias, Jaime.
*Del prólogo de
Compañeros de viaje.
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