Era Berlín*
10
de enero de 2016.
Bowie
se ha ido, y tú has cerrado la puerta de esta vivienda en que se desvestía,
cada noche, nuestro amor. Entre ambos habéis inaugurado el año más triste de mi
vida. Me he entregado a una escucha compulsiva de Heroes, y la casa ha naufragado en azul. No sé si lloro por ti, por
Bowie, o por aquel día que fuimos héroes, en Berlín, hace ya años.
¿Recuerdas?
Berlín
era un desastre de memorias bolcheviques, melancolías de saldo y carnaval de
página en blanco. Berlín era una partitura inconclusa entre las manos de un
mendigo, y sus calles llovían inviernos de esos que ya no se recuerdan. Egon
Schiele desnudaba hembras de nieve contra los muros del pasado, y la ciudad balbuceaba
como recién escrita por Döblin.
Tú
venías de un Oriente inventado. Yo, de un Occidente que no existe.
Los
rostros ciudadanos te hurtaban la mirada bajo antifaces de historia repetida, y
sobre tu piel oscura remoloneaban velos de suspicacia. Caminábamos a la sombra de
un muro que aún hedía a vergüenza. Tú me preguntabas cómo pudo ser, cómo
durante tanto tiempo, cómo… y yo sólo sabía responderte con caricias,
proyectiles de golosina estrellándose contra el muro. Juguetona artillería de mi
tacto. Roedores de Hamelín danzándome los dedos. Y de aquellos muros estos
lodos. Porque la ciudad comenzaba a recriminar nuestro afán de unir Oriente y
Occidente cuando equivocábamos, en nuestros labios, lenguas y razas, ignorando
la ráfaga parida en las trincheras del miedo. Miedo al otro. Al Extraño. Al
extranjero. Miedo hecho de ladrillos hormigón silencio y replicantes lágrimas
en la lluvia a lo Blade Runner. Balas
de desconfianza silbando sobre nuestras cabezas y yo susurrándote de nuevo, al
oído, and the shame was on the other side
oh we can beat them forever and ever.
Nos
recostábamos contra las paredes de Schöneberg, sorprendiendo a las esquinas con
besos que no parecían nuestros. El encefalograma plano del turismo esculpía las
alcantarillas con un titilar de amianto. Mientras yo señalaba el portal de la
vivienda que habitara David Bowie, tú no atendías más que al vértigo con que
tus dedos desordenaban mi cabello, and we
kissed as though nothing could fall. Luego paseábamos, sembrando raíces
entre nuestras manos, incomodando a los charcos con la ceguera de nuestros
pasos. Así paseábamos Berlín, como quien pasea un crucigrama de sorpresa y futuro.
Y nos besábamos en Check Point Charlie conjurando el daño de los libros de
Historia. Porque tú eras reina y yo era rey. Reyes inversos. Ansiosos por
derrocar, con revueltas de saliva, la monarquía del tiempo. Después Neukölln,
su algarabía de delicias turcas y colores políglotas. Y la habitación de hotel
en que ejercíamos nuestro reinado. Esquirlas de cerveza por las esquinas,
aromas de chop suey entornando las cortinas, mi cetro sierpe indigna presta a
violentar tu vientre, tu tiara de laurel moreno desordenándome un gemido, y un
séquito de sábanas ruidosas haciendo himno de nuestro falso reinado. Nos
besábamos y el mundo, alrededor, eyaculaba silencio. Though nothing nothing will keep us together nosotros nos besábamos
proyectando en las paredes chinescas cópulas de despedida.
Pasó
el tiempo, y añadimos tintes de costumbre a la moldura que enmarcaba nuestros te
quiero. Sentíamos que la voz de Bowie adquiría nuevos tonos. Tardamos tiempo en
descubrir que éramos nosotros quienes la escuchábamos con los oídos taponados
de miedo. Así nuestros oídos como nuestros besos, con su promesa de vida por
delante fracasada en el intento, we’re
nothing and nothing will help us.
Y
hoy que los muros han triunfado de nuevo, y yo para ti soy el otro, el extraño,
el extranjero, rememoro tus labios como el que se inventa un pasado. Recuerdo
cómo fantaseaban mi piel, mientras yo envejecía el celofán inmediato de tu
salvia entre mis dedos, en Berlín, en la habitación de aquel hotelucho de Neukölln,
el día que fuimos héroes, just for one
day.
Mañana
nos amanecerán los periódicos con su griterío de politicastros y futboleros, y
un minucioso gorgoteo de ahogados frente a las costas de Occidente. Parias,
heridos, refugiados, vidas caídas como hojas de calendario. Y celebraremos la
falsa amistad entre naciones añadiendo ladrillos a estos nuevos muros que ya
nadie derrotará con sus canciones ni con sus besos. Porque Bowie, amor, ha
muerto. Porque yo, ahora, ya no te encuentro.
Pablo Cerezal
*Publicado en el especial de La Galla Ciencia
dedicado a David Bowie, el LIFT OFF.
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