Hermosa fue su victoria de antaño con el carro
y en Olimpia conquistaron con sus caballos
el rayo veloz de los célebres juegos.
Píndaro
¿Por qué envidias, caminante, a los jinetes
que cabalgan sobre ráfagas de olvido?
Mas quien trota no contempla el ardimiento
fugitivo de las rosas vespertinas
que se mudan lentamente cuando ceden
las compuertas tenebrosas del ocaso,
ni se goza con el rostro de los hombres
que desprecia en los senderos polvorientos.
Sólo siente el movimiento presuroso
que escarnece a los fragmentos sepultados
bajo el velo de su sombra velocísima:
tanto vértigo de vuelo que le engaña
con la extraña sensación que anula el tiempo,
mientras surja con la reja de los vientos
esta carne que germina con su muerte.
Pedro Gomila Martorell
EIDOLON IV
Hogueras de la carne (La Lucerna, 2017)