ENTRE ESCILA Y CARIBDIS
Hay una juventud que respira el vértigo
de saberse sin salida, lleno de estrellas
su vientre revienta en ningún cielo.
Le han marchitado el talento
para regalárselo a la nada.
Y hay una juventud que no veo
atizándole al oído su sordera,
y un jardín de flores secas
donde el tiempo entierra su paciencia
levanta muros de silencio
en los que engastar joyas de aire.
Los que nunca pudimos ser jóvenes
buscamos a tientas
entre el desperdicio de los días una mano
en la que abandonar quizás el nombre,
quizás el espectro, quizás la esperanza
necesitada de un soplo de cuerpo o
tan solo sin quizás dejar lo abstracto
del poema inverosímil
en el que nos convirtieron.
Por otra parte, no puede usted quejarse,
usted manufactura inexistencia,
nos vamos calladitos,
con una discreción rayana en lo grotesco,
habiendo sido un secreto
y con la seguridad de habérsenos negado
incluso una cuarta vez antes del alba.
Pero yo estoy seguro,
hay una juventud sin primavera
reptando en el invierno de las cosas.
Debe de haber alguien en cercanas latitudes
arrojando caballos al mar,
rezando por llegar a Ítaca
antes de que Penélope sea pasto de la tierra.
Debe de haber alguien más ahí fuera…
SIRENAS
Atado al mástil de la noche
le susurra una canción
al ángel disecado de la ausencia,
la distancia llora música de piedra,
entre sus notas el veneno
fermenta su espuma de sombras.
Esa voz tiene alas de cera
y un beso de alcohol en su timbre.
Y tú caerás en la trampa
como poseído por un vate,
rezarás salmos etílicos
a una luna de sangre, nombrarás
al rey de tus fantasmas.
David de Dorian
De NOCTURNO CANTO DEL EDÉN