viernes, 7 de octubre de 2016

PEREGRINOS DE LA BELLEZA de MARÍA BELMONTE



Puedo estar satisfecho de mi vida. No tengo preocupaciones salvo las que me depara mi trabajo y he encontrado a alguien con quien puedo hablar de amor: un joven romano, rubio y guapo, de dieciséis años, que me saca media cabeza; pero sólo lo veo una vez a la semana, cuando cena conmigo los domingos por la noche (…). Nada hay que pueda compararse con Roma (…). Si deseas comprender a la humanidad, éste es el lugar para hacerlos -mentes de increíble talento, hombres bendecidos con los mayores dones, bellezas de gran carácter, tal como los griegos que les han servido de modelo.




Lo dijo el alemán Johann Joachim Winckelmann (Stendal, 1717-Trieste, 1768) en una carta a su amigo Adam Friedrich Oeser, que le ilustraría el exitoso Reflexiones sobre la imitación de las obras griegas en la pintura y la escultura (1755).

Con la vida de este historiador del Arte y arqueólogo (que elevó ambas disciplinas a una categoría superior, tal y como hoy las conocemos) comienza este PEREGRINOS DE LA BELLEZA, de la profesora María Belmonte. Es su primer libro, y ¡vaya con el primer libro!

Me ha  enamorado desde sus primeros párrafos. Y creo que el prólogo ya de por sí se convierte en una conclusión terrible, casi abrasadora, por lo contundente de sus palabras y la verdad que en ellas hay.

“El amante del Mediterráneo suele ser un devoto del pasado clásico, obsesionado o no por él, pero poseedor de una visión propia de cómo sucedieron los hechos (…). El amante del Mediterráneo experimenta una especie de déjà vu y tiene la capacidad de percibir la presencia del pasado y sus moradores. Hay lugares en los que siente que ya ha estado antes y tiene la sensación de recordar.”

Así me siento yo -y otros tantos que conozco- cuando he visitado las ruinas de Agrigento, o recorriendo Sicilia con aquel pequeño coche, o en Corinto. O cuando he visto el oro en el Cuerno, o en aquel atardecer en Sunion, donde el tiempo parecía detenerse. Me he emocionado viendo a aquellos niños jugar en la playa en Taormina, o en Izmir al amanecer, o aquella mañana llegando a Troya y viendo el caballo dibujado en las nubes. Yo he visto la boca abierta de EIC ante un fresco. He visto a CIC en Túnez chuparse los dedos como nunca, como si fuera un romano en su triclinio. He visto los efectos del Panteón en el rostro de Hyde. He visto llorar a JB en la Jonia una y otra vez. Sé de lo que hablaba Stendhal.

Taormina

Se convierte así esta entrada en una recomendación, en un aperitivo para aquellos que sientan en sus carnes el estallido del Arte, la hostia terrible que puede ocasionarte ver ésta o aquella escultura, la cabeza de la Medusa o las columnas de Dídima.

Este libro te hace viajar no a lugares extraños, no a lugares exóticos. Te lleva a lugares donde, aunque no hayas estado, eres más que nunca. Te acerca a esas ciudades donde eres, esas ciudades donde recuerdas la puesta de sol como si de tu patria se tratara. No eres ya Ahab persiguiendo al terrible monstruo blanco, no navegas por aguas extrañas sorteando peligros. Te sientes en casa. Te sitúa exactamente donde eres: el Mediterráneo.

Gracias, María Belmonte. 

Y gracias, AMM, por el regalo. Pronto veremos juntos esas joyas.


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