martes, 24 de mayo de 2016

"UN CIERVO ENFERMO TEMBLANDO SOBRE LA MESA"


UN CIERVO ENFERMO TEMBLANDO SOBRE LA MESA


Me hubiera gustado estar junto a Roberto R. Antúnez en la presentación de su poemario en la librería Pynchon&Co. de Alicante el pasado 20 de Mayo* y darle personalmente mi más sincera enhorabuena por estos OVNIS que sobrevolaron mi cabeza los tres días anteriores. Y cuando digo “ovnis” lo digo por hacer referencia al título, porque para una amante de Nirvana como yo sería más oportuno decir que Roberto lo que ha conseguido es crear una auténtica banda sonora en torno a su poemario.
Si no han leído el poemario aún, cuando lo hagan verán que es así: el poeta logra asociar de la menor de las maneras poesía y música, y no porque use títulos de canciones para los poemas, o porque haga referencia a esos tan conocidos video-clips que tenemos grabados a fuego. Roberto ha conseguido ir más allá porque en cada poema resuenan en tu cabeza esos temas que tanto hemos escuchado en nuestra adolescencia, mientras fumábamos porros (ups: no es políticamente correcto, pero sí: viví los noventa siendo una adolescente) o mientras nos masturbábamos a solas en nuestro lúgubre cuarto (entonces eras punk, o heavy o incluso grunge), o cuando ibas con el walkman a todo volumen por la calle camino del instituto.

Consigue mezclar en un mismo poemario sin que suene pedante ni pretencioso a un William Burroughs, a Kurt, a Judy Garland o a Van Gogh, y esto denota lo que un autor es en definitiva: somos el poso del Arte que hemos mamado, del Cine, la Literatura, la Música o incluso los viajes.  Al final -como bien él mismo ha dicho- somos resultado de lo que hemos vivido, de lo que hemos visto y absorbido en nuestra piel: somos el producto de nuestras influencias. Caravaggio se mezcla con temas de Nirvana, los molinos americanos (para quien haya pisado el suelo yanki, sabrá que esto es una imagen típica pero de las de verdad) entran en comunión con novelistas, con pintores, con vídeos noventeros, con imágenes de la adolescencia…

Usando como leitmotiv esa cita entre Kurt Cobain y William Burroughs en octubre de 1993 en Kansas, Roberto presupone a través de las cinco partes del poemario lo que allí pudo pasar en apenas unas horas (unas horas por las que muchos daríamos incluso el dedo meñique por haberlas vivido). Una cita que quienes hayan consumido ambas sustancias (Nirvana y  Burroughs) pueden imaginar cómo tuvo que ser (lo que “genial” que tuvo que ser en el sentido de “genio”), y que bien Roberto resume cuando dice “El viejo jamás cogerá de la mano a Kurt./ Intuye que es uno de los suyos/ pero hay distancias insalvables”.

Y tratándose de estos dos personajes, no podía faltar en el poemario ese aire tórrido, casi sucio, así como las imágenes que rozan lo onírico (y que mucho tienen que ver también con esa influencia pictórica que se desprende en muchos de los poemas). Está ese aire derrotado del concierto en unplugged de Nueva York, pero también está el concepto de revolución mental de William, y el aire seco de Kansas, y Dorothy volando con su casa pero ahora dentro de una bañera hasta arriba de barbitúricos, y Cristo crucificado, y el deprimente somethign in the way

Todo eso es Ovnis en la noche americana y por todo ello me hubiera gustado estar ahí dando la enhorabuena a Roberto R. Antúnez. Y -si me lo permite- le sugeriría que invente en próximos capítulos una cita entre Ezra Pound y Bowie, a ver qué le sale.

¡Enhorabuena, Roberto!





Autodestruirse
es sentarse a esperar
en el edificio abandonado
el inicio de la demolición.
Al atravesar el umbral,
inhalar
el fulgor negro de los escombros
y cerrar los ojos
para recordar la ternura
con la que los seres unicelulares
se amaban asustados
bajo la tierra.

Cuando todo caiga,
las pupilas sucias por el polvo sistemático de las cosas,     
la detonación salvaje de los colores, 
como si un cuadro de Chagall
fuese cosido a puñaladas por un perturbado. 
Embadurnarse los cuerpos sobre la cama chirriante
para la resurrección sosegada de los pájaros.
Cuando todo caiga,
caminar
por los campos amarillos
hacia un crepúsculo de luces arrasadas
donde gente delgadísima,
en los huesos,
muere sonriente en la cruz
en un videoclip de Nirvana.    

Lo dijo Burroughs: “no hay nada, solo conflicto
mientras soñaba
con revólveres y manzanas intactas.
Kurt Cobain, después de visitarlo en su casa de Lawrence (Kansas),
se llevó bolsitas naranjas, llenas de heroína, a su caravana.
Al rato
llamó a su madre por teléfono
para contarle
que todas las noches
soñaba

con el vestidito azul de Judy Garland.     



Noelia Illán Conesa


*De todos modos, tuve la suerte de oírlo recitar al día siguiente en el ciclo 
Poetas en Cercanías de Pynchon&Co. junto a Samuel Jara y Javier Lorenzo Candel.
Una maravilla.

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