UN CIERVO ENFERMO TEMBLANDO SOBRE LA MESA
Me hubiera gustado estar junto a
Roberto R. Antúnez en la presentación de su poemario en la librería
Pynchon&Co. de Alicante el pasado 20 de Mayo* y darle personalmente mi más
sincera enhorabuena por estos OVNIS que sobrevolaron mi cabeza los tres días
anteriores. Y cuando digo “ovnis” lo digo por hacer referencia al título,
porque para una amante de Nirvana como yo sería más oportuno decir que Roberto
lo que ha conseguido es crear una auténtica banda sonora en torno a su
poemario.
Si no han leído el poemario aún,
cuando lo hagan verán que es así: el poeta logra asociar de la menor de las
maneras poesía y música, y no porque use títulos de canciones para los poemas,
o porque haga referencia a esos tan conocidos video-clips que tenemos grabados
a fuego. Roberto ha conseguido ir más allá porque en cada poema resuenan en tu
cabeza esos temas que tanto hemos escuchado en nuestra adolescencia, mientras fumábamos
porros (ups: no es políticamente correcto, pero sí: viví los noventa siendo una
adolescente) o mientras nos masturbábamos a solas en nuestro lúgubre cuarto
(entonces eras punk, o heavy o incluso grunge), o cuando ibas con el walkman a todo volumen por la calle
camino del instituto.
Consigue mezclar en un mismo
poemario sin que suene pedante ni pretencioso a un William Burroughs, a Kurt, a
Judy Garland o a Van Gogh, y esto denota lo que un autor es en definitiva:
somos el poso del Arte que hemos mamado, del Cine, la Literatura, la Música o
incluso los viajes. Al final -como bien
él mismo ha dicho- somos resultado de lo que hemos vivido, de lo que hemos
visto y absorbido en nuestra piel: somos el producto de nuestras influencias.
Caravaggio se mezcla con temas de Nirvana, los molinos americanos (para quien
haya pisado el suelo yanki, sabrá que esto es una imagen típica pero de las de
verdad) entran en comunión con novelistas, con pintores, con vídeos noventeros,
con imágenes de la adolescencia…
Usando como leitmotiv esa cita entre Kurt Cobain y William Burroughs en octubre
de 1993 en Kansas, Roberto presupone a través de las cinco partes del poemario
lo que allí pudo pasar en apenas unas horas (unas horas por las que muchos
daríamos incluso el dedo meñique por haberlas vivido). Una cita que quienes
hayan consumido ambas sustancias (Nirvana y
Burroughs) pueden imaginar cómo tuvo que ser (lo que “genial” que tuvo
que ser en el sentido de “genio”), y que bien Roberto resume cuando dice “El viejo jamás cogerá de la mano a
Kurt./ Intuye que es uno de los suyos/ pero hay distancias insalvables”.
Y tratándose de estos dos
personajes, no podía faltar en el poemario ese aire tórrido, casi sucio, así
como las imágenes que rozan lo onírico (y que mucho tienen que ver también con
esa influencia pictórica que se desprende en muchos de los poemas). Está ese
aire derrotado del concierto en unplugged
de Nueva York, pero también está el concepto de revolución mental de William, y
el aire seco de Kansas, y Dorothy volando con su casa pero ahora dentro de una
bañera hasta arriba de barbitúricos, y Cristo crucificado, y el deprimente somethign in the way…
Todo eso es Ovnis en la noche americana y por todo ello me hubiera gustado
estar ahí dando la enhorabuena a Roberto R. Antúnez. Y -si me lo permite- le
sugeriría que invente en próximos capítulos una cita entre Ezra Pound y Bowie,
a ver qué le sale.
¡Enhorabuena, Roberto!
Autodestruirse
es sentarse a esperar
en el edificio abandonado
el inicio de la demolición.
Al atravesar el umbral,
inhalar
el fulgor negro de los escombros
y cerrar los ojos
para recordar la ternura
con la que los seres unicelulares
se amaban asustados
bajo la tierra.
Cuando todo caiga,
las pupilas sucias por el polvo sistemático de
las cosas,
la detonación salvaje de los colores,
como si un cuadro de Chagall
fuese cosido a puñaladas por un
perturbado.
Embadurnarse los cuerpos sobre la cama
chirriante
para la resurrección sosegada de los pájaros.
Cuando todo caiga,
caminar
por los campos amarillos
hacia un crepúsculo de luces arrasadas
donde gente delgadísima,
en los huesos,
muere sonriente en la cruz
en un videoclip de Nirvana.
Lo dijo Burroughs: “no hay nada, solo
conflicto”
mientras soñaba
con revólveres y manzanas intactas.
Kurt Cobain, después de visitarlo en su casa
de Lawrence (Kansas),
se llevó bolsitas naranjas, llenas de heroína,
a su caravana.
Al rato
llamó a su madre por teléfono
para contarle
que todas las noches
soñaba
con el vestidito azul de Judy Garland.
Noelia Illán Conesa
*De todos modos, tuve la suerte de oírlo recitar al día siguiente en el ciclo
Poetas en Cercanías de Pynchon&Co. junto a Samuel Jara y Javier Lorenzo Candel.
Una maravilla.
Poetas en Cercanías de Pynchon&Co. junto a Samuel Jara y Javier Lorenzo Candel.
Una maravilla.
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