sábado, 26 de diciembre de 2015

CABALGAR EN LAS ALAS DE LA TORMENTA de Efraín Bartolomé


Efraín Bartolomé ha puesto su vida al servicio de la poesía tal y como lo haría un vates. Si algo define la obra de Efraín es la emoción, pero esta antología que aquí nos trae va más allá de la simple puesta en verso de experiencias vitales.



Reconozco que he lo he leído más veces de lo que pensaba que necesitaría para hacer este epílogo. Y lo hice porque no estamos ante cualquier antología. Una antología de amor, sí, pero no sólo eso: es la exaltación del amor en su sentido más puro, un canto a la mujer y a esa fuerza casi destructora -a veces- que es el amor. No hace falta mucho para defender la poesía de este poeta que entona un canto casi místico, que hace del verso casi carne, una carne que nos parece tocar en cada composición.

Poemas donde la metáfora no falta, pero con la sonoridad y la magnificencia del uso se la palabra correcta. Para Efraín, lo real y lo divino son lo mismo, como cuando cabalga como un potro o reza a sus diosas. Acertado en la estructura de los poemas (y del fondo de cada uno), hay algo que no pone en duda su capacidad creadora: los finales. Es como el aullido del lobo en mitad de la noche, como las paredes de la casa que se desploman de golpe. La rotundidad del Séneca romano o la devoción del Catulo más lesbio: eso es Cabalgar en las alas de la tormenta. ¿Hay mejor presentación de esta antología? Desde el título nos lo deja claro: la tormenta, el ruido, la furia… del amor, que nos lleva como animales salvajes hasta el fuego, la noche, la tierra húmeda.

Frente a la destrucción y el aire sucio, besa. Frente a la sangre agusanada de los corruptos, besa. Su Diosa es jade, es flor, es brillante, es Noche. Las imágenes se convierten en mojones de un camino inexplorable, de un camino que es cielo revolcado pero Tierra, pero Cielo. Y el cuerpo es tan importante como la emoción: la carne se convierte así en el vehículo de ese amor abrasador, de esa vida estallando en el tumbo feliz de la cascada. Porque la unión de esos cuerpos golpeándose en el núcleo del Cuerno de la Abundancia también es amor, y la lengua en la línea ecuatorial, y el recio falo, y la vulva como caldera hiperbórea. Todo eso es también amor.



Cuando uno saborea (y uso este verbo con toda intención buscada) los versos de Efraín, no tiene más remedio que buscar ese licor que otorga las visiones antes del hundimiento, de convertirse en el animal más primitivo para saciar el deseo, de inclinarse como un obediente girasol ante esa luz. En definitiva: de amar.

Todo lo que uno encuentra aquí es pasión: eso es el amor. Un amor que se huele, que se toca, que se lame con tibia lengua, que se abraza con todas las venas del cuerpo. Y Efraín Bartolomé, con la firmeza de alguien que lo ha visto ante sus ojos, con el vigor del crepúsculo y la noche, como un vates, lo sabe. Pruébenlo ustedes y verán que no se equivoca.

Gracias, Efraín.



*Epílogo de CABALGAR EN LAS ALAS DE LA TORMENTA,
 antología de Efraín Bartolomé publicada por la editorial Balduque (2015).



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