Efraín Bartolomé ha puesto su vida al servicio de la poesía tal y como lo haría un vates.
Si algo define la obra de Efraín es la emoción, pero esta antología que aquí
nos trae va más allá de la simple puesta en verso de experiencias vitales.
Reconozco que he lo he leído más
veces de lo que pensaba que necesitaría para hacer este epílogo. Y lo hice
porque no estamos ante cualquier antología. Una antología de amor, sí, pero no
sólo eso: es la exaltación del amor en su sentido más puro, un canto a la mujer
y a esa fuerza casi destructora -a veces- que es el amor. No hace falta mucho
para defender la poesía de este poeta que entona un canto casi místico, que
hace del verso casi carne, una carne que nos parece tocar en cada composición.
Poemas donde la metáfora no falta,
pero con la sonoridad y la magnificencia del uso se la palabra correcta. Para
Efraín, lo real y lo divino son lo mismo, como cuando cabalga como
un potro o
reza a sus diosas. Acertado en la estructura de los poemas (y del fondo de cada
uno), hay algo que no pone en duda su capacidad creadora: los finales. Es como
el aullido del lobo en mitad de la noche, como las paredes de la casa que se
desploman de golpe. La rotundidad del Séneca romano o la devoción del Catulo
más lesbio: eso es Cabalgar
en las alas de la tormenta. ¿Hay mejor presentación de esta antología?
Desde el título nos lo deja claro: la tormenta, el ruido, la furia… del amor,
que nos lleva como animales salvajes hasta el fuego, la noche, la tierra
húmeda.
Frente a la destrucción y el aire
sucio, besa. Frente
a la sangre agusanada de los corruptos, besa. Su Diosa es jade, es flor, es
brillante, es Noche. Las imágenes se convierten en mojones de un camino
inexplorable, de un camino que es cielo revolcado pero Tierra, pero
Cielo. Y el cuerpo es tan importante como la emoción: la carne se convierte
así en el vehículo de ese amor abrasador, de esa vida estallando
en el tumbo feliz de la cascada. Porque la unión de esos cuerpos
golpeándose en el núcleo del Cuerno de la Abundancia también es amor, y la
lengua en
la línea ecuatorial, y el recio falo, y la vulva como
caldera hiperbórea. Todo eso es también amor.
Cuando uno saborea (y uso este verbo
con toda intención buscada) los versos de Efraín, no tiene más remedio que buscar
ese licor
que otorga las visiones antes del hundimiento, de
convertirse en el animal más primitivo para saciar el deseo, de inclinarse como
un obediente girasol ante esa luz. En definitiva: de amar.
Todo lo que uno encuentra aquí es
pasión: eso es el amor. Un amor que se huele, que se toca, que se lame con
tibia lengua, que se abraza con todas las venas del cuerpo.
Y Efraín Bartolomé, con la firmeza de alguien que lo ha visto ante sus ojos,
con el vigor del crepúsculo y la noche, como un vates,
lo sabe. Pruébenlo ustedes y verán que no se equivoca.
Gracias, Efraín.
*Epílogo de CABALGAR EN LAS ALAS DE LA TORMENTA,
antología de Efraín Bartolomé publicada por la editorial Balduque (2015).
Maravilloso epílogo....mis felicitaciones
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